Desestructuración igual destrucción
La tecnología es un espejo del hombre. De ahí que tengamos
que movernos dentro de ella y, de alguna forma, hacer que ella se mueva dentro
de nosotros. Esos límites pocas veces son solucionados. Hacemos que la
reciprocidad sea más natural y menos explícita, mientras la aldea global se
hunde en una mezcla amorfa de comunicación. ¿Qué es lo que mantiene a la
comunicación por encima de nosotros? El hecho de que el ser humano sea lenguaje
y que nuestro lenguaje nos componga quizás sea el acierto más satisfactorio.
Buscamos, sin embargo, ponerlo arriba, tal como he dicho, porque abajo sería
algo mucho más controlable, y nadie quiere eso. Queremos que el mundo nos
controle. Como menciona Castells, queremos crear una identidad para refugiarnos
de la desestructuración del mundo, que equivale a algo así como nuestro propio
apocalipsis. La moda del racismo, la eterna contienda del feminismo y la
apoteosis del vegetarianismo son algunas de las tendencias dicotómicas que han
refugiado a las masas de la destrucción. Lo que miramos es solo una cara. He
ahí parte de la suprema hegemonía de la dicotomía en la vida humana. Lo que
hacemos es leer “el peligro de una sola historia”.
Las estructuras de poder giran en torno a la idea de
ambigüedad. Todo lo que provoque crisis en la masa es lo que se mantiene por
mayor cantidad de tiempo en la memoria colectiva, en esta nueva memoria fugaz
que tenemos. Porque, según el autor, lo que la tecnología está creando en
nosotros es una nueva sensación de vacío cognitivo. Las personas se quieren ver alienadas de su
realidad, alienadas de la sociedad, porque en sus pequeñas cabezas no cabe la
idea de manipulación, y eso les da cierta sensación de control. La alienación
dura hasta la catástrofe. Hasta la crisis. Y es entonces cuando la masa se
vuelve a unificar y crece y el círculo vicioso sigue girando y girando. Lo que
sucedió con Chimamanda es lo mismo que sucede con cualquier humano común y
corriente. La discriminación puede ser voluntaria o quizá sutilmente lo
contrario, pero eso es inevitable. Cada día discriminamos. La comunicación se
convierte entonces en un arma de dos filos (de dos caras, para jugar más con la
lectura). Miramos el filo de la información cayendo en nosotros tan rápido como
un chajazo de navaja, y lo único que podemos hacer es poner las manos. Nuestro
encuadre de la realidad es cada vez más diferente al de los demás que podemos
decir que la comunicación diverge en cuanto al crecimiento de la población: la
conclusión es demasiado lógica pero demasiado falsa. La aldea global se unifica
pero se individualiza al extremo de ser descentralizada y reestructurada en
múltiples focos. ¿Es el trabajo del comunicador redirigirlos todos o dejar encendido
uno solo?
Fuentes:
Castells, M. La red y el yo: Prólogo.
Ngozi, C. The Danger of a Single Story. Video.